El Desconcierto, miércoles 5 de octubre 2016.
Por: Manuel Antonio Garretón, Doctorado en l'Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, París, Sociólogo. Profesor Titular Universidad de Chile. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2007).
El Plebiscito de 1988 tiene al menos dos significados históricos que adquieren hoy especial vigencia.
El primer significado histórico del plebiscito de 1988 es el desencadenamiento de un proceso de transición desde una dictadura a un régimen democrático. Esta transición duró desde la noche del 5 de Octubre de ese año, en que fracasó el intento de golpe de Pinochet y se canceló la posibilidad de una regresión autoritaria, hasta la instalación del primer gobierno democrático encabezado por Patricio Aylwin el 11 de Marzo de 1990, que inaugura un régimen democrático incompleto, en que la expresión de la soberanía popular queda limitada por los enclaves impuestos y heredados de la dictadura, entre los cuales está la institucionalidad consagrada por la constitución de 1980. En el período de lo que aquí llamamos la transición, se realizaron las negociaciones propias de este proceso que llevaron a algunos cambios constitucionales que se establecieron en el plebiscito de julio de 1989 y redefinieron los límites a los futuros gobiernos democráticos sin alcanzar los estándares que permiten hablar de un auténtico régimen democrático; se realizaron las elecciones presidenciales y parlamentarias en diciembre de 1989 y la dictadura realizó todos los amarres que aseguraran la reproducción de su modelo económico social y la inmutabilidad del modelo político-institucional impuesto para preservar el primero.
Este primer significado histórico del Plebiscito permite refutar una de las críticas que se han hecho a la participación de la oposición en él como parte de una estrategia de cooptación por parte de la dictadura, que implicaba que la oposición legitimaba la institucionalidad dictatorial y no podría salirse de ella y por lo tanto todo lo que ocurriría después, lo que se denominará equivocadamente la transición, quedaría marcado por esta cooptación institucional. Precisamente es aquí donde cabe la distinción entre el período de transición propiamente tal y el uso que se hace de este concepto. El plebiscito desencadena el proceso que termina el 11 de marzo de 1990, pero no tiene nada que ver, salvo ser su condición de posibilidad con los procesos políticos que siguieron a la instauración del primer gobierno democrático. Recordemos que el Plebiscito efectivamente formaba parte de la estrategia de la dictadura para pasar de una dictadura institucionalizada a un régimen autoritario civil con poder de veto militar, encarnándose este paso en la figura de Pinochet que aseguraba la continuidad en todos los planos. Lo que hace la oposición es transformar este mecanismo de consolidación autoritaria en un mecanismo desencadenante de un cambio de régimen. Y ello porque, por diversas razones, el tiempo tomado en ensayar múltiples estrategias por diversos sectores de la oposición, algunas contradictorias entre sí, entre las que estaban movilizaciones, negociaciones, presiones externas, incluyendo lucha armada y atentados contra Pinochet, todas las cuales fracasaron en el intento de terminar con la dictadura, además de la naturaleza misma de la dictadura y sus formas represivas, le permitieron a ésta imponer la fórmula establecida en la Constitución impuesta en 1980. El conjunto de la oposición tanto política y social entendió que no había otra estrategia a mano en el corto plazo, si se quería terminar con la dictadura, que hacer lo que mejor sabían hacer de acuerdo a su propia memoria y participar en una campaña electoral política como era el Plebiscito y derrotar a la dictadura votando por el NO. Ello no fue un proceso fácil sino que implicó una recomposición de las relaciones entre partidos y sociedad, afectadas por la represión y la naturaleza del proyecto socio económico de la dictadura.
Y éste es el segundo significado del Plebiscito, el ser un lugar de reencuentro público y masivo en el espacio político institucional, entre el sistema de partidos y la población que se transforma en ciudadanía en ese acto. Ello permite refutar otra de las críticas que se hace a la democratización posterior. Según esta visión, habría una oposición social que se moviliza autónomamente para participar en el Plebiscito y que después habría sido traicionada y desmovilizada por los partidos de los gobiernos democráticos. Lo cierto es que no habría habido movilización de la sociedad ante el Plebiscito si no hubiera sido por la acción, estrategia y procesos de convicción a la ciudadanía, por parte de los partidos, todos, incluidos los que luego no integrarán los gobiernos. El Plebiscito es un momento fundamental en la reconstitución del sujeto político clásico chileno que es la imbricación entre el mundo partidario y el mundo social. Y el triunfo del NO muestra el éxito de la estrategia de participación.
Todo lo que venga después del triunfo del No, corresponderá primero a un proceso de transición que desemboca en negociaciones y en las elecciones que tienen sus propias dinámicas y proyecciones, y luego a lo que se ha mal llamado transición, consistente en los gobiernos democráticos principalmente los de la Concertación. La diferencia entre el momento del Plebiscito desencadenante de la transición que culmina en la asunción del primer gobierno democrático, y lo que viene después queda marcada en que en el primero participa toda la oposición social y política convocada por un actor político luego cambiará su nombre al hacerse gobierno. Dicho de otra manera, ni los éxitos ni los fracasos de procesos tanto de la transición en los que se insertan las negociaciones que culminaron en el Plebiscito de 1989, como de los gobiernos democráticos pueden atribuirse al Plebiscito y al triunfo del NO, sino que estos fueron su condición de posibilidad pero no determinaron sus contenidos. Y es por esto que se pueden criticar tales negociaciones como muy por debajo de lo que el triunfo del No permitía, y se pueden señalar éxitos y fracasos de los gobiernos democráticos entendiendo que había muchas opciones abiertas y que se eligieron algunas en el sentido de democratizar el país y otras que consolidaban el modelo heredado.
Para muchos la promesa de triunfo del No, que hizo del Plebiscito el acto fundante de una nueva época en nuestro país, era entonces doble. Por un lado el término de la dictadura y su modelo de sociedad. Por otro, la reconstitución, no sólo momentánea sino permanente, aunque con formas y articulaciones nuevas, del sujeto político social que en aquel momento había desencadenado la transición a un nuevo régimen. Y esa promesa se realizó respecto del término de la dictadura y solo parcialmente respecto del modelo socio-económico y la institucionalidad política heredada de la dictadura. Y precisamente esta parcialidad, que no niega los grandes avances y correcciones, los que sin embargo a la vez consolidaron aspectos de esa sociedad heredada, fue erosionando al sujeto político social y produciendo la gran ruptura entre la política institucional y los partidos, por un lado, y los actores sociales y la ciudadanía, por otro. Y esto es lo que está en el origen de las movilizaciones sociales de 2011 y 2012 y también, independientemente de su grado de realización, del proyecto refundacional del gobierno actual: completar la promesa del triunfo del No en su doble dimensión de superación de la sociedad heredada de la dictadura y de constitución de un nuevo sujeto político social.
Y en este sentido, el proceso constituyente, elemento central del proyecto refundacional, tiene también el doble significado de permitir en un mismo espacio tanto la discusión de la sociedad que queremos como el restablecimiento de las relaciones entre la política institucional y la sociedad.
Y aquí aparece de nuevo la vigencia de lo que fue el momento del Plebiscito de 1988. Este permitió a la sociedad chilena zanjar su dilema fundamental entre dictadura y democracia y también definir cuál era el sujeto político social de la democracia. Por lo que el plebiscito está en el imaginario del pueblo chileno más presente que otras formulaciones y mecanismos tanto para zanjar cual debe ser el mecanismo por el que le digamos ya No la dictadura, sino a lo que queda de su obra a través de una nueva Constitución, como para reconstituir las relaciones entre la política y la sociedad. Y tal como las elecciones de 1989 fueron la continuidad natural del triunfo del No en aquella ocasión, una Asamblea Constituyente sería la continuidad natural de un Plebiscito que definiera el mecanismo de una Nueva Constitución.